Recientemente se ha popularizado el término injusticia epistémica gracias a la obra homónima de Miranda Fricker.
Del mismo modo que existe la injusticia económica, podemos hablar de injusticia epistémica. Esta afecta a un conjunto de personas en su calidad de sujetos de conocimiento, ya porque lo que ellos saben (su testimonio no sea tenido en cuenta) ya porque este grupo no pueda acceder en igualdad de condiciones los recursos que sirven para desarrollar el conocimiento. En el primer caso, Fricker llama a esta injusticia testimonial y en el segundo hermenéutica.
Empezando por la injusticia testimonial esta puede ser de dos tipos:
- Puede que otorguemos al hablante una excesiva credibilidad
- Puede que le otorguemos menos de la que le corresponde.
Esta valoración desajustada del sujeto que nos habla, suele deberse a su vez, a ciertos rasgos identitarios que les atribuimos.
Un caso de excesiva credibilidad lo vivimos las madres de nños pequeños. Solo por ser sus mamás ellos creen que lo sabemos todo y que todo lo podemos arreglar.
En alguna ocasión esto puede ser frustrante, porque se nos exige mucho; pero, en líneas generales, la injusticia por exceso de credibilidad no menoscaba nuestros derechos ni situación social.
Muy distinto es cuando el testimonio de un grupo de personas es sistemáticamente invalidado a causa de la poca credibilidad que nos inspira el colectivo al que pertenece. ¿Y a qué se debe esto? Pues según Miranda Fricker se debe al prejuicio identitario.
Parece evidente que, salvo que poseamos un saber inmenso, el hecho de que creamos o no a una persona depende de lo fiable que nos resulte. Es lo que nos ocurre a las profesoras. Las alumnas rara vez cuestionan nuestros conocimientos, dando por sentado que en nuestro trabajo manejamos información veraz. También ocurre en el médico o cuando consultamos a un abogado.
La cosa se complica si establecemos generalizaciones infundadas sobre un colectivo creando un estereotipo que, además, sea negativo. Se causará una injusticia epistémica cuando esos prejuicios distorsionen la credibilidad impidiendo que lo que el hablante sabe sea recibido o tenido en cuenta. Y esto no es poca cosa, según Fricker, "sufrir un agravio en nuestra capacidad como sujeto de conocimiento significa sufrir una lesión en una capacidad esencial para la dignidad humana". Por lo pronto porque se le está negando su capacidad de conocer (que ya hemos visto es una característica que nos define como homo sapiens) pues lo que sabe no ha de ser tenido en consideración, es un error, una mentira, en realidad no sabe. Pero, además, sucede que cuando constantemente se nos invalida el discurso es muy probable que el propio sujeto dude acerca de sus capacidades intelectuales aunque no haya una razón física ni neurológica. Pienesa , por ejemplo, en esas personas a las que desde muy pequeñas sus padres o profes le han dicho que no vale para estudiar o que le cuesta aunque tiene buena voluntad. Es fácil que terminen creyéndolo, sea o no verdad; y, lo que es peor: este prejuicio puede terminar haciendo que la persona que lo padece acabe por ser como le describe el prejuicio:
Si todos le decimos que no vale para estudiar es probable que no estudie y que, en consecuencia, no valga para estudiar.
Como en cualquier ámbito de la vida, también en este ámbito podemos tener una actitud moral más o menos aceptable. La educación y la sensibilidad moral es en este terreno fundamental.
Una persona con una sensibilidad moral desarrollada reconoce la injusticia cuando está ante ella y, del mismo modo, también reconocerá la injusticia epistémica. Ahora bien, ¿cómo desarrollamos esta sensibilidad ética? Según Fricker, en primer lugar socialmente se nos transmite una forma de vida histórica y culturalmente específica. Por ejemplo, hasta no hace mucho en España cualquier persona podría ser educada en la idea de que el lugar de la mujer era el hogar y no los ámbitos académicos. Pero, además, en el desarrollo de esta sensibilidad ética hay una tarea individual, en la que el sujeto, mediante una actitud crítica, confronte, eso que ha heredado con sus propias experiencias. Pues lo mismo ocurre con la sensibilidad testimonial. Heredamos juicios sobre la fiabilidad de los hablantes (estos son más merecedores de ser creídos, estos menos...) sobre distintos temas. Para muchos hombres en España el arbitraje de una mujer en el fútbol es menos fiable que el de un hombre porque siempre han escuchado que las mujeres no entienden de fútbol. Sin embargo, puede que sus propias experiencias contradigan esta idea heredada y, entonces, es responsabilidad del oyente ajustar sus juicios.
Dicho con otras palabras, solo una reflexión crítica sobre los prejuicios identitarios que heredamos podrá hacer de nosotros oyentes virtuosos. Esto significa que cuando sospechemos que al valorara la credibilidad del hablante nos están influyendo los prejuicios identitarios (En el caso del fútbol, puede que por el hecho de ser mujer y la idea que tenemos sobre nosotras y el deporte, no creamos que lo que ella vio era realmente penalti), debemos ponernos en guardia y valorar el peso de los prejuicios en nuestra opinión ¿Cómo? Pues si creemos que el prejuicio le está restando credibilidad al hablante, debemos corregir este fallo aumentando su credibilidad. Así se alcanza lo que la filósofa llama virtud de la justicia testimonial y que consiste en anular o minimizar el máximo posible el impacto de los prejuicios heredados en la credibilidad que damos al testimonio de otras personas. Es algo parecido a lo que normalmente llamamos imparcialidad, consistente en no otorgar más o menos credibilidad a un hablante por los prejuicios asociados a su identidad. Esta virtud no es un lujo ni un acto de caridad, es simplemente necesaria en nuestro intento de conocer la verdad. Sin ella muchos testimonios acertados y fiables se perderían (daríamos la victoria injustamente a un equipo solo porque no creemos a la árbitra por ser mujer). Si creemos que determinadas personas no son fiables, jamás las incluiremos en la comunidad de informantes ni solicitaremos lo que ellos saben. Es decir, las silenciaríamos y, como están silenciadas, además, es fácil que esta injusticia se pase por alto, ya que hemos excluido del discurso público a las personas que sufren injusticia epistémica por la simple razón de que no las creemos.
Pasemos ahora al segundo tipo de injusticia epistémica, la injusticia hermenéutica.
Hablamos de otro tipo para analizarla, pero, lo común es que el mismo grupo sufra las dos a la vez.
Conocer el mundo significa poder interpretarlo, nos dice Miranda Fricker; pero se sufre injusticia epistémica cuando un grupo no tiene acceso a las herramientas que les permitirían comprender las experiencias y el mundo en el que vive. Esto puede ocurrir voluntariamente, que un sujeto no quiera acceder a esas herramientas; pero no sería una injusticia propiamente dado que podría acceder a ellas en cuanto lo decida. Por ejemplo, hay alumnas que simplemente no quieren estudiar ni formarse.
Se habla de injusticia hermenéutica cuando "alguna parcela significativa de la experiencia social propia quede oculta a la comprensión colectiva debido a la marginación persistente y generalizada". Pero, además, sucede que como estos grupos no tienen las herramientas hermenéuticas para comprender su propia experiencia, la visión que se tenga sobre ellos será construida no por ellos mismos sino por otros grupos con más poder y que sí acceden a esos recursos. El grupo que sufre la injusticia hermenéutica, por su parte, al carecer de recursos interpretativos, vivirá sus experiencia sin ser capaces de compartirlas con plena coherencia, lo que les restará credibilidad. Pero esto puede ser contrarrestado con la virtud de la justicia hermenéutica. Consiste en valorar la posibilidad de que la falta de capacidad comunicativa y testimonial no se deba a que la persona esté diciendo sinsentidos, sino a que no tiene las herramientas interpretativas para transmitir su experiencia de forma inteligible. Dicho con otras palabras, nuevamente la oyente virtuosa revisará al alza la credibilidad que le merece el testimonio de estas personas.
Ejercicio:
Tomando como referencia tu posición social de adolescente, analiza en qué medida sufres injusticia epistémica en los dos sentidos planteados por Miranda Fricker.